Con un solo dedo

Es sencillo, con la punta de un dedo marcas un camino, lo resigues con cuidado y con cariño, subiendo las montañas y bajando por los valles, sintiendo en cada momento como el terreno va cambiando. Puede que al principio sea liso y tranquilo, pero a medida que el dedo va avanzando este se va tornando más rugoso y agitado. Uno no sabe realmente lo que está creando, no es consciente de lo que está provocando.

Hay muchas imperfecciones en el camino, uno se detiene a contemplarlas, a reconocerlas y memorizarlas, hay que aprenderlas para saber apreciarlas, mientras en círculos provocamos una impaciente espera para seguir el camino. No hay forma de detener lo que se ha iniciado, pero aún queda mucho por recorrer.

Cruzamos campos extensos, bajo la atenta mirada de las inclemencias, brisas que se asemejan suspiros, ruidos que parecen risas inquietas, en el horizonte sólo hay cúspides famosas por escalar, pero por ahora lo importante es la tierra donde estamos, un terreno llano, fértil, con un pozo en su centro. Detenemos el trayecto, en una pausa. Aprovechamos para controlar el resto de los sentidos, observamos como palpita, escuchamos ecos en su interior, probamos su sabor, mientras nos dejamos enamorar por todas esas mariposas que se agitan incesantes en su interior.

Descansados, reseguimos el camino, existe un valle mitológico que se asemeja a la Atlántida, un paraíso perdido, dónde uno encuentra incontables tesoros y resulta ser una fuente inacabable de distracción para el viajero, que sin estar cansado se eleva a lo más alto, en plena cúspide para observar lo que falta del camino, no hay forma de quedar maravillado por esa tierra erosionada, que ha crecido, desde abajo parecía más pequeña, pero ya en lo alto uno siente admiración e igual que en el campo anterior, vale la pena relajarse y explorarlo con más calma, es ahí cuando te das cuenta que esa altiva y presuntuosa tiene una hermana muy parecida, que merece la pena descubrir.

El tiempo se congela con tantas distracciones, aun así, el camino se acerca a su final, subiendo por una garganta hasta la cúspide, encontrando finalmente un estanque rosado que fácilmente es bordeable, en su interior se agitan las aguas, uno bebe de ellas, probando su sabor, es cálido y dulce y se deja convencer con quedarse a vivir, pero todo tiene un final y un mar en cascada provoca la caída al infinito.

Mirándolo mejor, no parece un final, si no un principio, ahora con dos dedos iniciamos de nuevo el camino, un camino que conocemos y queremos aprendernos de memoria."


Publicado en 2010-01-16-09-00

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